jueves, 14 de julio de 2011

En quien debo confiar


¿Debo confiar en los líderes?
Indefectiblemente   debemos  confiar en Dios plenamente, porque solo Él es permanentemente fiel  e inmutable, lo cual valida  trasladar esa confianza a los “siervos” que Él ha colocado en posiciones de liderazgo.

Sin embargo, esta es una pregunta que frecuentemente nos hacemos las personas y también los creyentes genuinos: ¿En quién debo confiar? Siendo esta interpelación de vital importancia, si nos referimos a nuestros líderes y maestros.

 La palabra de Dios nos enseña que el que deposita su confianza en el hombre será como pasto del desierto y  nos alerta al respecto:

        Así ha dicho Jehová:
«¡Maldito aquel que confía en el hombre,
que pone su confianza en la fuerza humana,
mientras su corazón se aparta de Jehová!
          Será como la retama en el desierto,
y no verá cuando llegue el bien,
sino que morará en los sequedales en el desierto,
en tierra despoblada y deshabitada.
          »¡Bendito el hombre que confía en Jehová,
cuya confianza está puesta en Jehová!,
        porque será como el árbol plantado junto a las aguas,
que junto a la corriente echará sus raíces.
No temerá cuando llegue el calor,
sino que su hoja estará verde.
En el año de sequía
no se inquietará
ni dejará de dar fruto.  Jeremías 17:5-8

La misma cita nos enseña que los que hacen de Dios su esperanza florecerán como árbol siempre verde, cuyas hojas no se marchitan, ni siquiera en tiempos de abatimiento ni en circunstancias adversas.

Debemos de poner nuestra confianza primeramente en Dios y dejar que su divina presencia sea nuestra más fiel y segura guía; Ahora bien esto de ninguna manera quiere decir que no confiemos en el hombre de Dios, ni en nuestros familiares, etc., sino que pongamos primeramente nuestra confianza en Dios. Solo debemos estar alertas y saber que si confiamos en Dios plenamente y permanecemos en comunión,  Él nos guiara en todo momento.

También la palabra de Dios alerta en Mateo 7:21 sobre los falsos siervos, que aun y a pesar de las señales que les acompañan, serán apartados de la gloria de Dios. Claro digo esto sin entrar en juicio de valores sobre algunos casos en particular, porque únicamente Dios los conoce en su verdadera condición. Nosotros solo debemos estar atentos y congregarnos con Pastores que nos transmitan la confianza que solo puede ser avalada por el Espíritu Santo de Dios.

En La 2da. carta de Pedro 2:1-5, la palabra de Dios nos dice:

“Hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán encubiertamente herejías destructoras y hasta negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.  Y muchos seguirán su libertinaje, y por causa de ellos, el camino de la verdad será blasfemado.  Llevados por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya hace tiempo la condenación los amenaza y la perdición los espera.  Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a prisiones de oscuridad, donde están reservados para el juicio. Tampoco perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, y trajo el diluvio sobre el mundo de los impíos.”(RVR 95)
Debemos estar alertas, pero no es nuestra función criticar y mucho menos juzgar a las personas, sino que debemos de depositar nuestra confianza en el Señor y confiar que El nos guiara a través de su palabra y de la oración, a tener los líderes que nos corresponden.

Si confiamos en Dios y permanecemos en su palabra, jamás seremos defraudados, por lo que debemos de tener cuidado en que la excusa de algunos “que no confían en nadie” sea motivo de tropiezo en nuestras vidas.
 Confiar es una decisión personal y es un privilegio poder hacerlo bajo la dirección de Dios, así como también es preeminente  tener Líderes en quien podamos confiar. A Dios desde el principio le agradó confiar en el hombre, a pesar de que conocía nuestras imperfecciones.
Debemos de incentivar a la confianza, cultivando las prácticas que fomenten las bases de creer en las personas, dando nosotros mismos el ejemplo, mediante un esfuerzo genuino de “cumplir” con las acciones que nos han sido encomendadas.